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Construir comunidades basadas en valores: Una responsabilidad compartida
Artículo de opinión del embajador António de Almeida Ribeiro, Secretario General en funciones - Centro de Diálogo Internacional - KAICIID
Pocos temas polarizan tanto las opiniones como la migración. La cuestión de cómo regular la movilidad humana puede encender una conversación con miembros de la familia o amigos, dividir a un vecindario, decidir unas elecciones o moldear las relaciones interestatales. Y, sin embargo, corremos el riesgo de pasar por alto una poderosa fuerza transformadora que ha dado forma a nuestro mundo. La migración no consiste sólo en desplazar personas, sino también ideas, perspectivas y posibilidades. Cuando está bien gestionada, es una victoria para todos. Abre las puertas a nuevos paisajes, estimula el intercambio de ideas y fomenta el desarrollo del potencial humano en beneficio tanto de las personas como de las comunidades.
Como nación de emigrantes, los portugueses entendemos de primera mano cómo la migración impulsa el cambio y da forma a las sociedades. Está en nuestra historia y en nuestro ADN, una fuerza que ha inspirado la exploración, la innovación y el intercambio cultural entre generaciones. Sin embargo, la convivencia no siempre es fácil. Las diferencias étnicas, culturales y religiosas pueden a veces suscitar miedo, incomodidad o desconfianza. Durante mi etapa como Embajador, ya fuera en El Cairo, en América Latina, en la Unión Europea o en la Santa Sede, pude comprobar de primera mano que prosperar en las complejas y diversas sociedades actuales requiere un esfuerzo deliberado. Se trata de algo más que de coexistir; se trata de crear intencionadamente un hogar compartido, un espacio al que todos sientan que pertenecen de verdad.
Crear un sentimiento de pertenencia y de hogar va más allá de la reubicación física; se basa en algo más profundo: la necesidad universal de amor, reconocimiento y auténtica conexión humana. Se trata de crear relaciones significativas con los miembros de la comunidad, derribar barreras y encontrar puntos en común. Pero esto no es una calle de sentido único. Es un proceso participativo, una oportunidad para reunirnos y reimaginar los valores que constituyen los cimientos de nuestras comunidades. Todas las voces son importantes en este diálogo, especialmente las de los grupos más vulnerables, ya sea por su origen étnico, cultura, religión o circunstancias sociales.
¿El secreto para construir un hogar compartido? Está en hacerlo juntos. Un hogar en el que todos se sientan vistos, escuchados y valorados, un lugar al que todos pertenezcamos, sea cual sea nuestra historia.
Para navegar por este proceso polifacético, tenemos que volver a imaginar la integración y la inclusión de los inmigrantes como algo que consta de dos componentes esenciales: el hardware y el software.
El hardware consiste en políticas, leyes y servicios: las estructuras tangibles que permiten la participación en una nueva sociedad. Se trata del acceso a la vivienda, la sanidad, la educación y el empleo, que sientan las bases de la inclusión económica y social. Sin estas ayudas, los inmigrantes y refugiados se enfrentan a barreras insalvables que les impiden ganarse la vida y ejercer sus derechos.
Sin embargo, el hardware por sí solo es insuficiente. La integración exige también un software: la infraestructura emocional y espiritual que acoge la diversidad y fomenta el respeto mutuo. Esto incluye las actitudes, los valores y la apertura cultural de las comunidades de acogida. Las actitudes acogedoras, arraigadas en la solidaridad y la dignidad humana común, crean un entorno en el que los recién llegados no son simplemente acomodados, sino reconocidos como personas de valor. Sin esta aceptación, incluso las políticas más sólidas corren el riesgo de fracasar.
Aquí es donde el diálogo interreligioso e intercultural se hace indispensable. Lejos de ser un ejercicio teológico abstracto, el diálogo interreligioso aborda una necesidad social urgente: fundamentar el pacto social en los valores comunes que sustentan unas sociedades cohesionadas e integradoras. Crea espacios de entendimiento, celebra la humanidad compartida y aborda las ideas erróneas que nos dividen. Al fomentar el reconocimiento mutuo, el diálogo tiende puentes entre los recién llegados y las comunidades de acogida, permitiéndoles crear un sentimiento compartido de pertenencia.
Como Secretario General en funciones del Centro Internacional de Diálogo - KAICIID, una organización única regida tanto por Estados como por líderes religiosos. Siento la profunda responsabilidad de apoyar su misión. El KAICIID se esfuerza por crear espacios de diálogo integradores y dinámicos que fomenten comunidades basadas en valores en las que todos -todas las minorías, todos los migrantes, todas las personas- puedan disfrutar de los mismos derechos, entablar relaciones significativas y prosperar.
Se trata de un proceso que exige que cada uno de nosotros asuma la responsabilidad de construir comunidades basadas en la dignidad humana, el entendimiento mutuo y la coexistencia pacífica.
Este es el legado perdurable de la transición pacífica del 25 de abril en Portugal, un poderoso recordatorio de lo que puede lograrse cuando una sociedad elige el diálogo en lugar de la división.
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