Discurso del Dr. Sammak en el congreso de Asís Sed de Paz, del 18 al 20 de septiembre de 2016

20 Septiembre 2016
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Permítanme que empiece con una breve historia.

Durante las cruzadas de la Edad Media, Doumyat —en aquel momento una pequeña aldea, y hoy día una gran ciudad egipcia— estaba sitiada por los cruzados. Las fuerzas islámicas egipcias se resistían. El asedio se prolongó durante mucho tiempo, pero fue en vano.

Un día tranquilo en que no había combates, un monje vestido con su inconfundible túnica sacerdotal se acercó desde el campamento de los cruzados portando tan solo una Biblia. No llevaba armas, ni siquiera un palo.

Los musulmanes se sorprendieron viéndole venir desde el campamento enemigo, pero no se atrevieron a atacarle.

Su vestimenta indicaba que era un monje, es decir, un sacerdote. El Corán honra a los cristianos con profundo amor y respeto porque hay monjes y sacerdotes entre ellos.

El difunto padre Jacques Hamel, asesinado en su iglesia en Ruan, Francia, era uno de esos sacerdotes que ensalza el Corán. Y quiero asegurar al Arzobispo de Ruan que la muerte del padre Jacques no solo es una pérdida para su congregación, sino para toda la humanidad.

Del mismo modo, la Biblia que portaba es considerada sagrada por los musulmanes, porque creen, según el Corán, que ha sido revelada por Dios y ofrece orientación y sabiduría. El Corán va incluso más allá cuando dice: “¡Que la gente del Evangelio juzgue conforme a lo que Dios ha hecho descender en él!”.

Por esta razón, los soldados musulmanes recibieron respetuosamente, aunque confundidos, a este sacerdote que llegaba desde el campamento enemigo y le preguntaron: “¿quién eres? y ¿qué es lo que quieres?”. El sacerdote les dijo que quería reunirse con el rey.

Tras algunas vacilaciones y consultas, el sacerdote fue llevado al campamento del rey, que entonces era Al-Kamil, sobrino de Salah ad-Din Yusuf ibn-Ayyub (conocido como Saladino). El rey hizo la misma pregunta: “¿qué quieres?”. Y la respuesta del sacerdote fue: “quiero paz”.

  • “Pero si estáis luchando contra nosotros…”.
  • “No estamos luchando porque sí, sino porque queremos que nuestro viaje a Jerusalén sea pacífico y seguro”.

Y el rey le preguntó: “Y ¿cómo se puede conseguir?”

El sacerdote respondió: “Es muy sencillo. El problema se solucionará cuando todos os convirtáis al Cristianismo. Entonces todos seremos hermanos”.

Esto no disgustó al rey, que dijo: “te voy a presentar a algunos de nuestros eruditos musulmanes, con quienes podrás debatir esta cuestión y decidir juntos cuál de las dos religiones es la verdadera, y quién debería adoptar la religión del otro”.

Durante la reunión, a la que asistió el rey, uno de los eruditos musulmanes propuso directamente hacer una hoguera y pedir al sacerdote que entrara voluntariamente en la misma. Si salía ileso del fuego significaría que su religión —el Cristianismo— es la verdadera y, por consiguiente, los musulmanes deberían seguir la religión cristiana.

El sacerdote invitado no se lo pensó mucho, y dijo enseguida: “de acuerdo… si salgo ileso del fuego, entonces el Cristianismo será la religión verdadera y todos vosotros os convertiréis al Cristianismo. Pero si el fuego me consume, será por mis propios pecados, lo que significará que, incluso en ese caso, el Cristianismo seguirá siendo la religión verdadera”.

El rey y sus eruditos quedaron impresionados por su profunda espiritualidad e inteligencia.

La reunión terminó y el sacerdote regresó a su campamento con regios regalos, que creo que se muestran actualmente en torno a su tumba. El sacerdote del que hablamos es San Francisco de Asís, bajo cuyo auspicio espiritual nos reunimos hoy gracias a la comunidad de San Egidio.

Señoras y señores:

He compartido esta historia verídica con ustedes, no solo porque nos encontramos en el campus de San Francisco, sino para plantear las siguientes preguntas:

  • Si San Francisco estuviera vivo hoy y visitara las zonas de conflicto de Oriente Medio, ¿cómo sería recibido por el ISIS y otros grupos parecidos?
  • ¿Habrían respetado su atuendo religioso y su Santa Biblia?
  • ¿Le habrían escuchado expresar libremente sus convicciones religiosas?
  • ¿Habrían interactuado con él como creyente cristiano, de acuerdo con lo que el Corán y el Profeta musulmán Mahoma (la paz sea con él) dicen acerca de los cristianos?

No creo que nadie de nosotros necesite una respuesta… todos la sabemos.

Conocemos el caso del padre jesuita italiano Paolo Dall'Oglio, que ha dedicado su vida a servir a los musulmanes y los cristianos de Siria. Y también conocemos el caso del Obispo Yohanna Ibrahim, a quien echamos en falta hoy, y desde que se celebra cada evento de San Egidio, y también desde las plataformas de diálogo entre musulmanes y cristianos de Oriente Medio y de otros lugares.

Sabemos lo que ha sucedido en muchos monasterios, iglesias y mezquitas que fueron destruidas, pese a que el Corán las describe como casas de Dios, y pese a la advertencia del Profeta Mahoma a los musulmanes de no dañarlas. Se considera que es una desobediencia contra Dios y Su Profeta utilizar siquiera una piedra de una iglesia para construir una casa para los musulmanes.

 

 

El Islam no ha cambiado. El texto coránico sigue vigente, y las enseñanzas del Profeta son claras. No ha cambiado ni antes ni después de la reunión de San Francisco con el rey Al-Kamil en Egipto. Lo que ha cambiado es que ahora hay un grupo de extremistas vengativos y desesperados que han secuestrado el Islam y lo utilizan como instrumento de venganza. Se han convertido en un nuevo movimiento totalitario, pero esta vez en nombre de la religión.

Por esta razón, nosotros los musulmanes sabemos muy bien que debemos liberar nuestra religión de este “secuestro”, y reorganizarnos de acuerdo con los principios espirituales del Islam, y los principios y valores generales que constituyen los cimientos de la civilización humana en el siglo XXI.

También por esta razón, abordar el extremismo religioso es ante todo un deber que corresponde a los musulmanes. El Islam cree en la pluralidad y considera que la diversidad es una expresión de la voluntad divina de que las personas sean diferentes. Y es por eso que Dios las insta a conocerse mutuamente. El diálogo es el medio para conseguirlo, pero no hay diálogo si no hay libertad. La libertad religiosa es el fundamento y el pináculo de todas las libertades, tal y como se afirma en la exhortación apostólica sobre Oriente Medio, y el documento de Azhar Al Sharif sobre las libertades básicas. Es por ello que S.S. el Papa Francisco demostró ser un líder espiritual para toda la humanidad cuando dijo que “matar en nombre de Dios es satánico”. No hay ninguna religión criminal, sino que hay criminales en todas las religiones.

A fin de cuentas, el espíritu de Asís nos reúne para hacer frente al extremismo, luchar contra la violencia y el terror, y unirnos en una sola humanidad.

Señoras y señores:

He aprendido de la historia de San Francisco de Asís en Oriente que las relaciones entre personas de diferentes religiones no puede basarse en la eliminación, tal y como lo está haciendo el ISIS hoy día, ni siquiera en la tolerancia como creen algunas personas bien intencionadas. Las relaciones deben basarse en una creencia en la pluralidad y la diversidad, y en el respeto de los fundamentos intelectuales e ideológicos que son la base de la pluralidad y la diversidad, y de una forma que sustituya la tolerancia que Nietzsche describe como un insulto “al otro”.

Es por esta razón que la tolerancia es una discriminación positiva.

La ciudadanía de un estado no se basa en la tolerancia sino en los derechos. Ante el primer signo de cambio o tensión en las relaciones, la tolerancia puede conducir a la violación de los derechos humanos. La tolerancia se practica con un cierto nivel de superioridad: aquella del tolerante con respecto al tolerado. Por otro lado, el principio de los derechos se basa en la igualdad y la justicia, y constituye una salvaguarda de las relaciones y los derechos nacionales y humanos que parten del respeto mutuo. Y eso es precisamente lo que necesitan los estados nacionales de Oriente Medio, y en lo que deben basarse.

Permítanme concluir con la confirmación de la siguiente realidad: cuanto más espacio busco dentro de mí para “el Otro”, mejor me entiendo a mí mismo… y mejor entiendo a los demás. (Si el profesor Bauman me lo permite): solamente a través de la libertad de expresión, la libertad religiosa y la libertad de culto puedo entender lo que significa ser tú, porque tú y yo somos diferentes.

Gracias a San Egidio… y gracias a ustedes.

Que Dios les bendiga a todos.