Como Secretario General de la única organización intergubernamental encargada de utilizar el diálogo interreligioso para promover el desarrollo sostenible, hablo a menudo con líderes mundiales sobre cómo aprovechar el poder de la religión para resolver las crisis mundiales.
El panorama geopolítico moderno está plagado de retos que ningún gobierno puede gestionar por sí solo. No sólo estamos viviendo las secuelas de una pandemia mundial, sino que también nos enfrentamos a los efectos cada vez más intensos del cambio climático y a una crisis económica paralizante. A ello se suma el mayor número de conflictos violentos desde la Segunda Guerra Mundial.
El mes pasado, el People's Climate Vote 2024, la mayor encuesta de opinión pública sobre el cambio climático, reveló que el 86% de la población mundial exige a sus gobiernos que dejen de lado las diferencias geopolíticas y aborden el cambio climático. Este abrumador consenso surge en medio del aumento de los sentimientos nacionalistas y de las tensiones geopolíticas.
Al mismo tiempo, se calcula que 120 millones de personas en todo el mundo -casi el doble que hace una década- se ven obligadas a desplazarse debido a la persecución, los conflictos y la violencia. En Europa, donde el KAICIID tiene su sede, las solicitudes de asilo se han acercado a niveles no vistos desde la crisis de refugiados de 2015. Millones de personas han huido de conflictos en Afganistán, Gaza, Siria y Ucrania, entre otros.
Esta alarmante tendencia tiene profundas implicaciones para la dignidad humana y la construcción de ciudades inclusivas. Los desplazamientos forzosos ejercen una inmensa presión sobre las infraestructuras urbanas, lo que a menudo provoca hacinamiento en las viviendas, tensiones en los servicios públicos y un aumento de las tensiones sociales. Las ciudades, tradicionalmente consideradas bastiones de oportunidades, están ahora a la vanguardia de la integración de las poblaciones desplazadas, manteniendo al mismo tiempo la cohesión social.
En este contexto, el KAICIID organizó el mes pasado el Foro de Diálogo Global en Lisboa (Portugal). Recibimos a más de 120 responsables políticos y líderes religiosos, así como a representantes de la sociedad civil, las mujeres y los jóvenes. Juntos, nos centramos en tres temas clave que se entrelazan a través de la mayoría de los apremiantes desafíos globales de hoy: promover procesos de paz sostenibles, abordar los impactos del cambio climático y construir ciudades inclusivas.
A lo largo de estos debates, una idea sonó clara: la quiebra del multilateralismo, evidente en las respuestas fragmentadas y egoístas a las crisis mundiales, exige una revitalización de la cooperación internacional con un compromiso con la dignidad humana en su núcleo. ¿Cuál es la herramienta más eficaz de que disponemos para lograrlo? El diálogo transformador.
Las agendas de desarrollo global exigen un mundo que prospere en la igualdad, la justicia y la protección del medio ambiente. Sin embargo, alcanzar estas ambiciones requiere algo más que voluntad política e inversión financiera; exige una transformación en los corazones y las mentes de las personas y las comunidades de todo el planeta.
Por eso, al final del Foro, me complació ver que personas y organizaciones se comprometían a llevar adelante la Iniciativa de Diálogo Transformador de KAICIID, comprometiéndose a utilizar el diálogo para impulsar su labor de desarrollo sostenible en todo el mundo.
El diálogo motiva a los responsables políticos y a los líderes religiosos a hacer hincapié PRIMERO en nuestra humanidad común como fundamento del desarrollo sostenible y la consolidación de la paz. Este reconocimiento es crucial para crear procesos inclusivos de elaboración de políticas en los que participen todos los segmentos de la sociedad, incluidas las comunidades marginadas e indígenas.
El diálogo puede mitigar muchas de las amenazas que se ciernen sobre una paz sostenible, como la sensación de que los agravios no son atendidos ni resueltos, la perpetración continuada de violaciones de los derechos humanos, especialmente contra grupos minoritarios, y la falta de apoyo psicológico en la recuperación posconflicto.
Sin embargo, el diálogo va más allá de la mediación y la resolución de conflictos. También apoya a las comunidades afectadas por la desconfianza y la polarización. En lugar de excluir identidades, amplía la confianza y la creación de relaciones. De este modo, el diálogo transformador abarca los principios universales de los derechos humanos, garantizando la inclusión de voces frecuentemente marginadas, como las de las mujeres, los jóvenes y las minorías.
El enfoque del Foro sobre las implicaciones espirituales y éticas del desarrollo sostenible aporta una profundidad única al discurso, a menudo ausente en conversaciones totalmente seculares. Al implicar a líderes y comunidades religiosas, pretendemos facilitar un diálogo más amplio e inclusivo que aproveche el liderazgo moral y ético para impulsar el cambio. Esto garantiza que la sostenibilidad no sea sólo un objetivo técnico, sino un compromiso social profundamente arraigado.
Ninguna otra fuerza está más arraigada en la conciencia colectiva humana que la religión y la espiritualidad. La religión determina las preferencias e identidades individuales del ochenta y cinco por ciento de la población mundial, lo que a su vez repercute en las normas institucionales y sociales de todo el mundo.
Al ignorar o subestimar la profunda influencia y el papel de la religión -y, por tanto, del diálogo interreligioso-, los líderes mundiales disminuyen su enorme potencial para contribuir a un cambio económico, geopolítico, cultural y social positivo.
Al seguir participando en un diálogo transformador, nos capacitamos a nosotros mismos y a los demás para tomar decisiones informadas y compasivas que beneficien a todos. Debemos recorrer juntos el camino hacia la armonía mundial con valentía y una dedicación inquebrantable a la dignidad humana.